Hoy es día de dejar los azotes para otra ocasión, pues se celebra el día de los 450 millones de hablantes de la lengua de Cervantes: el Día del Español. ¿Acaso una lengua no cobra vida o deja de existir precisamente gracias a ellos? En mi humilde opinión, así es, luego este día debería tomarse como la celebración de un aspecto tan crucial como el instrumento de comunicación que hermana a personas de muy distintas extracciones sociales y procedencias.
Para conmemorar este día, la web www.eldiae.es promovió recientemente una curiosa iniciativa que consistía en votar la palabra favorita, así como el neologismo más susceptible de pasar a formar parte del Diccionario de la Real Academia Española.
La primera elegida ha sido "malevo", un término muy empleado en Argentina y otros países latinoamericanos que sirve para designar a un malhechor o bien a un "hombre matón y pendenciero que vivía en los arrabales de Buenos Aires". Su elección, al principio, me resultó llamativa, pues quedaba por encima de términos tan universales como "amor", "alegría" o "beso". Sin embargo, con esto se demuestra que el español no es sólo la lengua de los españoles, sino que cada hablante, cualquiera que sea su procedencia, imprime su seña personal sobre él y, como deja clara esta elección, ha de expresar su preferencia respecto al mismo; si no, la lengua sería inamovible y, recordemos siempre, el uso es quien acaba haciendo norma.
A este respecto, y precisamente en aras de que forme parte de la norma, el neologismo más votado ha sido "ambientólogo", término que designa a los licenciados en Ciencias Ambientales y, de forma más generalista, a los profesionales del medio ambiente. Una profesión relativamente nueva es normal que goce de una denominación igualmente nueva, pero justo por la importancia de las Ciencias Ambientales en la actualidad, creo que es momento de que la R.AE. haga un hueco al vocablo en el avance de esa 23.ª edición de su Diccionario.
Para conmemorar este día, la web www.eldiae.es promovió recientemente una curiosa iniciativa que consistía en votar la palabra favorita, así como el neologismo más susceptible de pasar a formar parte del Diccionario de la Real Academia Española.
La primera elegida ha sido "malevo", un término muy empleado en Argentina y otros países latinoamericanos que sirve para designar a un malhechor o bien a un "hombre matón y pendenciero que vivía en los arrabales de Buenos Aires". Su elección, al principio, me resultó llamativa, pues quedaba por encima de términos tan universales como "amor", "alegría" o "beso". Sin embargo, con esto se demuestra que el español no es sólo la lengua de los españoles, sino que cada hablante, cualquiera que sea su procedencia, imprime su seña personal sobre él y, como deja clara esta elección, ha de expresar su preferencia respecto al mismo; si no, la lengua sería inamovible y, recordemos siempre, el uso es quien acaba haciendo norma.
A este respecto, y precisamente en aras de que forme parte de la norma, el neologismo más votado ha sido "ambientólogo", término que designa a los licenciados en Ciencias Ambientales y, de forma más generalista, a los profesionales del medio ambiente. Una profesión relativamente nueva es normal que goce de una denominación igualmente nueva, pero justo por la importancia de las Ciencias Ambientales en la actualidad, creo que es momento de que la R.AE. haga un hueco al vocablo en el avance de esa 23.ª edición de su Diccionario.
Personalmente, el término que yo habría escogido es "esperanza". Sobre todo, al hilo de los acontecimientos acaecidos ayer, particularmente el asesinato de un Ertzaina a manos de la organización terrorista ETA. Esperanza de que el fin de la banda esté más próximo que nunca; esperanza de que acaben unas muertes absurdas que sólo provocan dolor e impotencia; esperanza de que nadie someta nunca más a Euskadi a la tiranía de sus propias ideas; esperanza y libertad, para Euskadi, para España, para todos.
Hasta siempre, Eduardo Puelles. Descansa en paz.
4 comentarios:
No cabe duda que cualquier lengua forma parte del patrimonio cultural de los pueblos que la hablan. Es más, diría que conforma el sustrato sobre el que puede desarrollarse la Cultura, con mayúsculas, así como otras actividades de variada índole, que los humanos deseemos afrontar. Porque nada nos distingue más que la capacidad de hablar, de expresar mediante un conjunto finito de palabras la infinitud de cuanto conocemos.
Sirva mi pequeño aporte con otra palabra, compañera de la esperanza. La ilusión. Porque juntas son capaces de alcanzar cualquier meta.
Saludos, y que en efecto, el fin de la violencia esté cada vez más cerca.
Muy linda ésta entrada. Y me uno a tí en la elección de la palabra esperanza. En las esperanza de que se acaben las guerras, las dictaduras, los odios y todo lo que hace que, nosotros, los seres humanos, seámos muchas veces sólo seres y nada humanos.
Me ha gustado mucho esta entrada sin "azotes". Dos palabras que deberíamos tener más presentes: Esfuerzo y perseverancia.
Sinceramente, resulta apropiado que alguien recuerde la existencia de esa palabra: esperanza. Demasiadas veces nos olvidamos de ella, o, peor aun, pensamos que no existe.
Un saludo.
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